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Un sueño desmesurado : Uruguay ante Los Mundiales de Futbol, par Gerardo Caetano. Un rêve sans limite : la participation de l'Uruguay aux Mondiaux de football

Publié le 15 novembre 2022 par Slal


Le grand historien uruguayen Gerardo Caetano nous a offert cet article sur la Coupe du monde de football. C'est un honneur particulier, car nous savons tous à quel point ils sont rares les intellectuels fameux qui savent vraiment de quoi ils parlent lorsqu'ils décident de traiter de sport.

Montevideo, Juillet 2022

Un sueño desmesurado : Uruguay ante los Mundiales de Fútbol

Gerardo Caetano

Ya resulta un lugar común el señalamiento de la relevancia, a distintos niveles, del fútbol en la sociedad uruguaya. Si algo faltaba para confirmar esa idea, el impacto social y cultural del ciclo exitoso de los últimos años de la selección uruguaya, junto a las expectativas que despierta una nueva participación de Uruguay en una Copa del Mundo, han venido a cargar esa percepción con renovado peso simbólico. Y sin embargo, todavía sigue siendo escasa en el país la producción académica y narrativa a propósito del fútbol, en su variedad de facetas y sus complejidades, en particular si observamos lo que está ocurriendo sobre estos temas en la cultura global. Como nación y como colectivo social, los uruguayos todavía no hemos acertado a registrar, en todas sus potencialidades, la hondura y la multidimensionalidad de un asunto que tanto incumbe a la inmensa mayoría de la población.

Esta consideración no implica, en modo alguno, ignorar la producción más reciente en torno a esta materia, que por suerte viene creciendo y con calidad. Pero es que en particular en el campo de la Historia y de las otras ciencias sociales, es tanto lo que resta por hacer que lo primero que se impone es demandar una atención aún mayor y, sobre todo, más profunda. Esta relativa omisión contrasta vivamente con el lugar que los uruguayos hemos otorgado y aún otorgamos al fútbol -y en particular a la Celeste- en nuestra "cultura oral". Allí reside un escenario de relatos y rituales cotidianos, de discusiones y bromas, de pasiones que permiten alternar alegrías y tristezas, que en forma a veces casi inexplicable, siguen transmitiéndose de generación en generación. Basta abrirse un poco al "pulso popular" para que irradie una saludable interpelación a mucha sabiduría convencional, todavía instalada en ciertos círculos, en lo que refiere a nuestro principal deporte, de manera especial en relación con sus impactos sociales, con la fuerza inspiradora de su historia tan particular, con los ecos todavía persistentes de todo lo que el fútbol ha representado y representa en la construcción de nuestra identidad. Como escenario privilegiado de lo que podríamos calificar de "cosmogonía uruguaya", campo suscitador de relatos colectivos, de personajes proyectados como héroes míticos y como protagonistas de conflictos y de apelaciones de índole moral, como usina de valores y palabras que nutren buena parte de nuestra filosofía cotidiana, el fútbol uruguayo ha promovido mucho más la narración oral que la escrita. Y por cierto que buena parte de su éxito popular se afinca allí. Pero también ese rasgo establece restricciones, sobre todo a la hora de legar para el futuro el arraigo de tradiciones inspiradoras.

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L'équipe d'Uruguay championne du monde 1930

También la Celeste ha tenido entre nosotros un vínculo fuerte con los interminables debates sobre nuestra mentada "identidad nacional". Pero en esto, mal que nos pese, los uruguayos no han sido tan singulares como han creído y pretendido. "Entre las dos guerras -ha dicho al respecto Eric Hobsbawm, en su libro sobre Naciones y nacionalismos desde 1870- el deporte internacional (...) se convirtió en una expresión de lucha nacional, y los deportistas que representaban a su nación o Estado, en expresiones primarias de sus comunidades imaginadas. Fue el período (...) en que la Copa del Mundo fue introducida en el mundo del fútbol (...). Lo que ha hecho del deporte un medio tan singularmente eficaz para inculcar sentimientos nacionales (...) es la facilidad con que hasta los individuos menos políticos y públicos pueden identificarse con la nación tal como la simbolizan unas personas jóvenes que hacen de modo estupendo lo que prácticamente todo hombre quiere o ha querido hacer bien alguna vez en la vida. La comunidad imaginada de millones de seres parece más real bajo la forma de un equipo de once personas cuyos nombres conocemos. El individuo, incluso el que se limita a animar a su equipo, pasa a ser un símbolo de la nación".

Con seguridad los ingleses pasarán a la historia por muchas particularidades, en un sentido u otro. Pero la invención del fútbol sin duda les reserva un lugar destacado en los registros de la historia universal. Fue precisamente un lejano día de 1966 cuando yo -el menor de cuatro hermanos varones-, sentado junto a mi padre y mi madre, asistí atónito, desde el living de mi casa de la infancia, a la televisación del partido inaugural del Mundial de ese año, nada menos que entre el anfitrión, Inglaterra, y Uruguay. Curiosamente, mi familia no era muy futbolera ; pero yo ya había descubierto esa pasión inextinguible que ya por entonces comenzaba a habitarme a partir de los relatos de periodistas como Carlos Solé y Heber Pinto, que empujaban a través de sus narraciones radiales mi imaginación a límites insospechados. Luego yo mismo fui futbolista -ese oficio que se profesa para siempre- y hasta llegué a vestir la adorada camiseta celeste en competiciones juveniles, sudamericanas y mundiales. Lo digo con inocultable orgullo -no con eso tan distinto que es la vanidad-, pues allí guardo algunos de mis tesoros más preciados.

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L'auteur membre de l'équipe championne du championnat d'Uruguay

Son esos vínculos con la Celeste los que se han venido renovando una y otra vez, entre alegrías y tristezas, de generación en generación, hasta llegar a aquella noche inolvidable del triunfo por penales ante Ghana en el Mundial de Sudáfrica en 2010 -en la que llegué dos horas tarde a una conferencia sobre "Fútbol y nación" que debía dar en el Argentino Hotel de Piriápolis, donde sin embargo todavía nos estaban esperando-, o a aquella tarde milagrosa de 2014 en que Luis Suárez volvió de las sombras y pudimos ver, con mis dos hijos, sus dos golazos frente a Inglaterra, en un itinerario que el narrador más optimista nunca podría haber imaginado.

Aunque a menudo de manera simplificada, muchos estudiosos han insistido en el paralelismo de los derroteros históricos de nuestro fútbol y de nuestra peripecia social. Para muchos puede resultar tentadora la asociación entre los grandes triunfos deportivos y la era de prosperidad de los "tiempos clásicos", al igual que la vinculación entre las primeras grandes derrotas y los inicios de la "crisis estructural" de mediados de los cincuenta en el siglo XX. Confieso que ese paralelismo -un poco provinciano de más, intransferible a otras sociedades- nunca me ha resultado convincente como "criterio de periodificación". En particular, lo creo unido a un modelo de interpretación que casi inevitablemente desemboca en la nostalgia y el pesimismo, a veces incluso en la "profecía autocumplida". Los mitos del "pasado de oro" y de su irremediable pérdida, el pesado tributo pagado a un pasado considerado incomparable, además de otros componentes, constituyen la plataforma para ideas y nociones que por lo general afirman perspectivas conservadoras, tanto en la sociedad como en la cultura, lo que, por supuesto, también incluye la trayectoria vital de todo deporte.

Un acercamiento más riguroso y sistemático acerca de la participación de Uruguay en los Mundiales de fútbol tiene el mérito suplementario de poner de manifiesto las consecuencias muy negativas del rezago político e intelectual de los uruguayos en estos temas, así como de renovar la exigencia de una mayor presencia al respecto. Hemos tenido la oportunidad, en estos últimos años, de aquilatar de nuevo la fuerte significación de disputar y competir efectivamente en un Campeonato del Mundo, de valorar todo lo que significa la sola participación en esas instancias, de advertir todos los intereses que se juegan, de confirmar -una vez más- la animadversión manifiesta que los poderosos de la FIFA pueden llegar a prodigarle a este "enano molesto" que a veces es Uruguay y su selección, experto en ser el "convidado de piedra" de estos torneos globales. A diferencia de lo que a menudo se dice, el "pasado no pasa", siempre llega al presente. Eso también ocurre a nivel del fútbol internacional, en el que muchísimos países darían lo que no tienen por ostentar una historia de glorias como la que posee la Celeste.

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Jules Rimet remet la première coupe au président de la fédération de football de l'Uruguay

No se trata por cierto de vivir del pasado o de cultivar nuevamente esa enfermedad colectiva que durante décadas aquejó al Uruguay : la de la "utopía retrospectiva", la del mito conservador del "pasado de oro" que tanto dificulta la imprescindible adaptación a lo nuevo, la de que lo mejor que nos puede ocurrir es "volver a ser". Con la brújula en la construcción del futuro, como aquellos pioneros de la matriz legada desde Colombes en 1924 hasta Maracaná en 1950, de lo que se trata es de recuperar en forma integral una historia magnífica, como inspiración y no como ancla, de cuidar ese patrimonio intangible que vale y mucho, de aprender también a elaborar los "orgullos" para alentar y forjar mejor el porvenir.

El maestro Washington Tabárez (técnico legendario de la selección uruguaya) y sus futbolistas lo saben y se han empeñado en enseñarlo a la sociedad de la que provienen y a la que han representado. Más allá de triunfos y derrotas, circunstancias vitales ambas y sujetas a tantos imponderables, lo relevante radica en la rebeldía de contribuir a continuidades cuya ruptura distorsiona tanto los desempeños como los valores y anhelos que los inspiran. "El fútbol uruguayo es en buena medida su historia", ha sabido decir el que hasta este año 2022 fue técnico de la Celeste. Si ello es así, como creemos, recuperemos el "alma de los hechos" ( Juan Carlos Onetti dixit), que es el cimiento de esa maravillosa historia. Y aprendamos a cambiar desde ella y no contra ella, que así se cimenta en forma radical un futuro mejor.

* * *

A cuatro años de Rusia 2018 y en vísperas de un nuevo Mundial con la celeste compitiendo, lo primero que siento es que parece haber transcurrido casi una eternidad... ¡Y son apenas cuatro años y poco ! ¡Pero qué años ! En lo global, en lo nacional, en lo deportivo y, con seguridad, también en esa dimensión personal que siempre revive cuando recordamos (y para los futboleros de este pequeño país, al menos, los Mundiales, sobre todo cuando juega Uruguay, nos ayudan a ordenar el tiempo y la historia). Ha pasado de todo en verdad : desde la pandemia a la invasión a Ucrania, desde los cambios geopolíticos a nivel internacional hasta las nuevas tecnologías que hoy forman parte de nuestra vida cotidiana y que hace cuatro años todavía no estaban, todo parece converger en ese sentido de vértigo y aceleracionismo, al que parece que nos hemos resignado.

Tampoco fueron "serenos" estos últimos años para la selección uruguaya : esas Eliminatorias tan impactadas por el Covid 19 y por lo imprevisto, los vaivenes en los resultados y el final abrupto de la "era Tabárez", esa exitosa clasificación final con el nuevo técnico Diego Alonso al frente, las tensiones persistentes del lugar del fútbol en nuestra sociedad, de sus azarosos vínculos con la política y la economía, entre el adentro de Uruguay y el afuera de un mundo tan convulsionado e imprevisible. Con una sede bastante extraña como es Qatar, las expectativas que genera ese "festival global" que sigue siendo un Mundial de fútbol se renuevan y reaparecen, tozudamente, como queriendo afirmar su arraigo luego de tantas incertidumbres. Con seguridad, todos hemos cambiado bastante más de lo que aceptamos y de lo que suponemos.

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Match France-Uruguay en 2018 en Russie

Lo veamos desde donde lo veamos, la selección uruguaya viene de un ciclo indudablemente virtuoso, si es que todavía podemos medir y relatar con una mínima consistencia estos asuntos que despiertan entre nosotros tanta pasión. Desde la mirada del afuera ese diagnóstico no admitiría discusión alguna pero, en nuestra aldea, hace un tiempo que todo (sobre todo la política y el fútbol) ha comenzado a confrontarse desde mundos que no convergen, en esta era de dominio de las percepciones y las performances. Sin embargo, todavía hay espacio (lo creo y deseo que nunca lo perdamos) para hermanarnos con la celeste, desde esa reconciliación entre ella y la sociedad uruguaya, un producto extraordinariamente valioso de los tiempos del maestro Tabárez.

¿Cómo heredar desde su mejor versión los triunfos y los éxitos de estos últimos años ? ¿Cómo recrear "esa continuidad que en algún momento se rompió", como registraba con sabiduría Tabárez hace cuatro años ? ¿Cómo cambiar para renovar la tradición desde su máxima proyección ? ¿Cómo unir las raíces con el futuro, una vez más ? Como ya se ha señalado, la conservación y la reiteración no son buenos caminos, tampoco la restauración en ninguna de sus formas, menos aun si es maquillada. La mezcla de veteranos y de juveniles, de experiencia y de novedad, por cierto que habita en el plantel de jugadores que se perfila. El nuevo técnico Diego Alonso parece haber encontrado la fórmula para articular ambas dimensiones, que siempre resultan buenos complementos en un equipo de futbolistas. Una vez más se trata de forjar el mejor porvenir, sin amarras ni anclas, pero sin interrumpir la mejor continuidad de lo virtuoso.

En Rusia 2018 por primera vez sentí en forma personal que la celeste podía ganar el Mundial y que Uruguay podía ser nuevamente "campeón del mundo". Y que nuestra selección podía hacerlo sin recaer en las peores formas de esa vieja "tecla" nostalgiosa y conservadora de un retorno (imposible por otra parte) al "pasado de oro". Entre las emociones de aquella tarde de derrota de los cuartos de final contra la Francia luego campeona del mundo, sentí en verdad que eso era posible y que incluso, de producirse, ese acontecimiento podía hasta cambiar el relato histórico de nuestro país, sus claves narrativas. El resultado no fue el ansiado y a pesar de todo, Uruguay pudo conquistar un 5º lugar hazañoso, que una vez más, no aprendimos a valorar en su enorme dimensión. Pero la magia de la vida y la contingencia del deporte continúan, a pesar de todos los pesares. El fútbol sigue siendo un juego y también una aventura en la que el chico le puede ganar al poderoso, en la que hay una posibilidad, siempre, entre David y Goliath. La gran satisfacción de haber clasificado ha quedado atrás. Y para la Celeste, ahora no hay otra forma de enfrentar lo que viene que asumir -y por qué no, disfrutar- esta nueva convocatoria al sueño, desmesurado e imprescindible.

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Gerardo Caetano est historien et politologue. Docteur en histoire, il est professeur de sciences politiques et de sociologie dans le cadre de l'enseignement de l'histoire de l'Uruguay contemporain à l'Universidad de la República. Parmi de nombreuses distinctions, retenons par exemple qu'il a été Président du Conseil Supérieur de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales ( FLACSO) ; membre de l'Académie Nationale de Lettres de l'Uruguay.

Gerardo Caetano faisait partie de l'équipe du Club Atlético Defensor qui a gagné le championnat d'Uruguay en 1976. Il a participá au Mundial des -20 ans avec la Celeste. Une blessure grave l'a contraint à abandonner le football à 22 ans.

Il est l'auteur de très nombreux travaux, livres et articles, dont La República Batllista. Montevideo, Ed. de la Banda Oriental, 2011 (Prix national d'Histoire en 2012) et la Historia Minimal de Ururguay, México, Colegio de México,2019.

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Un rêve sans limite : la participation de l'Uruguay aux Mondiaux de football

Ce serait un lieu-commun de mettre en exergue la place de choix que le football occupe dans la société uruguayenne, à plusieurs niveaux. Si l'on voulait ajouter à cette réflexion, on soulignerait que l'impact social et culturel du cycle des succès de la sélection uruguayenne au cours des dernières années, ajouté aux perspectives nées d'une nouvelle participation à la Coupe du Monde, n'ont pas manqué de le grever d'un poids symbolique supplémentaire. Il faut pourtant reconnaître que la production académique et littéraire sur le sujet reste squelettique confinée à l'anecdotique, tant au plan de la variété que de la complexité des facettes de ce sport, surtout si nous prenons en compte l'impact de ces thèmes sur la culture globale. En tant que nation et que collectif social, nous autres Uruguayens ne sommes pas encore parvenus à intégrer, dans toute leur dimension, la profondeur et la pluridimensionnalité d'un sujet qui tant affecte l'immense majorité de la population.

Une telle remarque n'implique absolument pas qu'on ignore la progression des productions sur le thème, en nombre comme en qualité. Mais il demeure que, en particulier dans le champ de l'histoire et des sciences sociales, il reste tellement à faire qu'on doit commencer par lui accorder une attention accrue, et surtout plus profonde. Cette relative négligence contraste sensiblement avec la place que notre culture orale n'a jamais cessé d'accorder -c'est toujours le cas- au football en général, à la Celeste en particulier. C'est dans cet espace impalpable que se développe un scénario de récits et rituels quotidiens, de discussions et de plaisanteries, de passions faisant alterner joies et tristesses qui, de manière rarement explicable, finissent tous par se transmettre de génération en génération. Il suffit de s'ouvrir un tant soit peu au "pulso popular" pour se retrouver irradié par une saine référence à divers aspects de la sagesse conventionnelle toujours active dans divers cercles, en ce qui a trait à notre sport de prédilection, surtout lorsque celui-ci génère des impacts sociaux, porté par la force inspirante de son histoire singulière, avec les échos persistants de tout ce qu'il a représenté et représente encore pour la construction de notre identité. En tant que scénario privilégié de ce que nous pourrions qualifier de "cosmogonie uruguayenne", en tant qu'espace favorable aux récits collectifs portant sur des personnages transformés en héros mythiques ou en protagonistes de conflits et d'accusations de nature morale, en tant que fabrique de valeurs et de mots alimentant en bonne part notre philosophie quotidienne, le football uruguayen a inspiré bien davantage la narration orale que l'écrit. C'est bien là que réside un pan important de son succès populaire. Il reste pourtant qu'une telle caractéristique entraîne des restrictions, surtout au moment d'abandonner au futur l'héritage des traditions inspiratrices.

La Celeste s'est elle-même retrouvée liée aux débats interminables sur notre fameuse "identité nationale". Mais sur ce point, même s'il en coûte de le reconnaître, les Uruguayens n'ont pas été des exceptions comme ils l'ont cru et prétendu. Le grand historien Eric Hobsbaum a écrit dans son livre Nations et nationalisme depuis 1870 que "entre les deux guerres [...], le sport international devint, comme le reconnut bientôt George Orwell, une expression de la lutte nationale, et les sportifs représentant leur nation ou leur État essentiellement des expressions de leur communauté imaginée. Ce fut la période où la Coupe du Monde fut introduite dans le monde du football [...]. Ce qui donna au sport une efficacité aussi unique comme moyen d'inculquer un sentiment national [...], c'est la facilité avec laquelle les individus les moins politisés et les moins insérés dans la sphère publique peuvent s'identifier avec la nation symbolisée par des jeunes qui excellent dans un domaine où presque tous les hommes veulent réussir, ou l'ont voulu à une époque de leur vie. La communauté imaginée de millions de gens semble plus réelle quand elle se trouve réduite à onze joueurs dont on connaît les noms. L'individu, même celui qui ne fait que crier des encouragements, devient lui-même le symbole de sa nation".

Il est certain que les Anglais marqueront l'Histoire d'un grand nombre de leurs particularités, dans un sens ou un autre. Mais on ne trouvera personne pour douter que l'invention du football leur assure une place prééminente dans le registre de l'histoire universelle. Ce fut précisément en un jour lointain de 1966 que moi -le plus jeunes des quatre frères-, je me retrouvais dans le living de la maison de mon enfance, assis entre entre ma mère et mon père en train d'assister sans voix à la retransmission télévisée du match inaugural du Mondial de cette année-là opposant rien moins que l'Angleterre, l'amphitryon, à l'Uruguay. Curieusement, ma famille n'était pas très "footeuse" ; moi par contre, j'étais déjà accroché à cette passion inextinguible qui avait commencé à m'habiter à l'écoute de chroniqueurs tels que Carlos Salé et Heber Pinto, dont les commentaires radiophoniques avaient fini par entraîner mon imagination jusque dans des recoins fort reculés. Je devins moi-même joueur plus tard - une vocation à laquelle on est voué pour toujours -, jusqu'à revêtir le maillot céleste dans les compétitions de jeunes, aux niveaux sud-américain et mondial. Je le confesse avec une fierté toute particulière -quand même éloignée de la vanité- car c'est dans ce tréfonds que je conserve les plus précieux de mes trésors.

De tels liens privilégiés avec la Celeste parviennent à se reformer de temps à autre, avec ses élans de joie et ses moments de tristesse, de génération en génération, jusqu'à cette nuit inoubliable de la victoire - à l'épreuve des tirs au but- contre le Ghana lors du Mondial de 2010 en Afrique du Sud, qui me fit arriver avec deux heures de retard à une conférence sur "Football et Nation" organisée à l'Hôtel Argentino de Piriapolis où l'on nous attendait de toute façon ; ou jusqu'à cet après-midi miraculeux de 2014 au cours duquel Luis Suárez finit par émerger des limbes avec ses deux buts incroyables, pour nous permettre -mes deux fils et moi- d'assister à un renversement de situation que même l'auteur le plus optimiste n'aurait pu imaginer.

Il faut pourtant reconnaître -en simplifiant quelque peu- que de nombreux analystes ont souvent été portés à établir un parallèle entre les déroutes historiques de notre football et les errements de la situation sociale du pays. Beaucoup d'entre eux s'efforcent de faire correspondre les grandes victoires sportives avec la période de prospérité des "temps classiques", et d'associer les premières grandes défaites aux débuts de la "crise structurelle" du milieu des années cinquante au siècle dernier. Je confesse que ce type de parallélisme -un tantinet provincial et peu transférable à d'autres sociétés- ne m'a jamais convaincu en tant que "critère de périodisation". Je crois en fait qu'une telle prétention est liée à un modèle d'interprétation qui ne manque pratiquement jamais de déboucher sur la nostalgie et le pessimisme, voire sur une "prophétie auto-proclamée". Les mythes de "l'époque dorée" et de sa disparition irrémédiable, le lourd tribut payé à un passé tenu pour incomparable, auxquels viennent s'ajouter d'autres composantes, se retrouvent exposés sur une plateforme présentant des idées et des notions qui servent en général des perspectives conservatrices, autant dans le cadre de la société globale ou de la culture, que bien entendu dans celui de la trajectoire vitale de tout sport.

Une étude plus rigoureuse et systématique des participations de l'Uruguay dans les Coupes du Monde de football aurait comme autre mérite d'exposer clairement les conséquences très négatives du retard de la réflexion politico-intellectuelle des Uruguayens sur ces thèmes, de même qu'elle renouvellerait le besoin d'une production plus forte en la matière. Au cours de ces dernières années, nous avons eu l'occasion de réexaminer l'intérêt de disputer effectivement le championnat du Monde, de mettre l'accent sur tout ce que représente la simple participation à cette compétition, de souligner tous les avantages qui sont alors en jeu, de confirmer -une fois de plus- l'animosité évidente que les puissants de la FIFA peuvent manifester à l'égard de ce "nain importun" que représentent parfois l'Uruguay et sa sélection, experts dans l'art de se positionner en tant que "statue du commandeur" de ces tournois de la globalité. Au rebours de ce qui se dit souvent, "le passé ne passe pas", il ne cesse de s'incruster dans le présent. Ceci touche aussi le niveau du football international, dans lequel un grand nombre de pays donneraient tout ce qu'ils n'ont pas pour s'enorgueillir d'une histoire glorieuse du niveau de celle dont jouit la Celeste.

Il ne s'agit évidemment pas de vivre du passé ou de recommencer à entretenir cette maladie collective qui a sévi en Uruguay pendant des dizaines d'années : celle de l'"utopie rétrospective", celle du mythe réactionnaire de l'"époque dorée" qui tant complique la nécessaire adaptation à la nouveauté, celle selon laquelle le mieux qui peut nous arriver serait de "recommencer à être". Munis de la boussole adéquate face à l'édification du futur, à la manière des pionniers anciens de ce modèle établi et hérité depuis Colombes en 1924 jusqu'au Maracana en 1950, il nous revient de récupérer l'intégralité d'une histoire magnifique, sous la forme d'une inspiration et non celle d'une ancre, de veiller sur ce patrimoine intangible tellement précieux, et d'apprendre à élaborer des "orgueils" capables de donner vie et de forger l'avenir de la plus belle des façons.

Le maestro Washington Tabárez (l'entraîneur légendaire de la sélection uruguayenne) et ses joueurs le savent ; ils se sont engagés à transmettre le message à la société dont ils sont originaires et qu'ils ont su si bien représenter. Bien au-delà des victoires et des défaites, simples occurrences de la vie, et par là sujettes à toutes sortes d'impondérables, ce qui compte vraiment s'inscrit dans une manière de refus à alimenter des continuités risquant de dénaturer tout autant les buts recherchés que les valeurs et aspirations qui les inspirent.

"Le football uruguayen constitue une bonne part de son histoire" avait bien dit celui qui fut le responsable technique de la Celeste jusqu'en 2022. Si c'est vraiment le cas, comme nous le croyons, nous saurons récupérer l'"âme des faits" ( Juan Carlos Onetti dixit) qui est le ciment de cette merveilleuse histoire. Et nous apprendrons à changer à partir d'elle et non contre elle, car c'est bien ainsi que l'on offrira des bases plus solides à un futur meilleur.

***

Quatre ans après Russie 2018, et à la veille d'un nouveau Mondial auquel la Celeste va participer, j'ai surtout le sentiment qu'il vient de se passer pratiquement une éternité... Quatre petites années seulement ! Mais quelles années ! Au niveau global, au niveau national, au niveau sportif, et bien sûr aussi à ce niveau personnel qui nous touche et revit en nous dès que nous nous souvenons (et pour les footballeurs de ce petit pays au moins, les Mondiaux, surtout quand l'Uruguay joue, nous aident à mettre de l'ordre dans le cours du temps et de l'histoire). En vérité, il s'est passé de tout : depuis la pandémie jusqu'à l'invasion de l'Ukraine, depuis les changements géopolitiques à l'international jusqu'à l'arrivée des technologies nouvelles qui constituent désormais la base de notre vie quotidienne alors qu'elles n'étaient pas encore apparues quatre ans auparavant, tout cela semble nous faire converger vers une sensation de vertige et d'accélération à laquelle nous avons l'impression de nous être résignés.

Ces dernières années ne furent pas des plus "sereines" pour la sélection uruguayenne : les éliminatoires particulièrement impactées par le Covid 19 et l'imprévu, les résultats en dents de scie et la fin brutale de "l'ère Tabárez", le succès ultime de cette classification obtenue sous l'égide du nouvel entraîneur Diego Alonso, les tensions récurrentes à propos de la place du football dans notre société nées des rapports inappropriés avec la politique et l'économie, la rigidité entre le dedans de l'Uruguay et le dehors d'un monde aussi convulsé qu'imprévisible. Avec un pays d'accueil plutôt étrange comme l'est le Quatar, les attentes générées par ce "festival global" que reste un Mondial de football se renouvellent et resurgissent obstinément, comme pour confirmer son enracinement après tant d'incertitudes. Qui doutera que nous avons tous sensiblement plus changé que ce que nous étions disposés à accepter et que nous supposions ?

De quelque angle qu'on la regarde, la sélection uruguayenne sort d'un cycle incontestablement vertueux, s'il est vrai que l'on soit en mesure de détecter et de décrire avec assez de consistance ces événements qui génèrent en nous tant de passion. Venu du dehors, un tel diagnostic ne souffrirait pas la moindre discussion mais, dans notre modeste bourgade, il y a beau temps que tout (surtout la politique et le football) paraît sujet à dispute car venant de mondes qui ne convergent pas, dans ces époques où prédominent les performances et les perceptions. Il reste pourtant toujours un espace (j'en suis convaincu, et je voudrais tellement que jamais nous ne l'abandonnions) favorable à une fraternisation avec la Celeste, depuis que celle-ci est parvenue à se réconcilier avec la société uruguayenne, un acquis extraordinairement positif tiré de l'ère du maestro Tabárez.

Comment hériter de la meilleure version des triomphes et des succès de ces dernières années ? Comment recréer "cette continuité qui s'était rompue à un certain moment", comme l'annonçait il y a quatre ans le sage Tabárez ? Comment modifier la tradition afin de l'actualiser à partir de son rayonnement extrême ? Comment réunir une fois encore racines et futur ? Ainsi qu'on l'a déjà fait remarquer, la conservation et la réitération ne sont pas les chemins les mieux indiqués, non plus que la restauration sous aucune de ses formes, surtout si on tente de la maquiller. Il est clair que le groupe de joueurs en train de se structurer sera un mélange de vétérans et de jeunes, d'expérience et d'innovation. Le nouvel entraîneur Diego Alonso semble avoir déniché la formule lui permettant d'articuler les deux dimensions, ce qui au bout du compte a toujours été bénéfique à une équipe de footballeurs. Une fois encore, il s'agira d'assurer l'avenir le meilleur, sans ancre ni amarre, mais en veillant à ne pas interrompre le courant positif de la virtuosité.

Au cours de Russie 2018, j'ai ressenti pour la première fois en mon for intérieur que la Celeste était en mesure de gagner le Mondial et que l'Uruguay avait les dispositions pour redevenir "champion du monde". Et que notre sélection pouvait y parvenir sans retomber dans les pires expressions d'une "corde sensible" nostalgique et réactionnaire adepte du retour (d'ailleurs impossible) à "la période dorée". Parmi le flot des émotions qui m'envahissaient tout au long de cet après-midi de défaite en quart-de-finale contre la France future championne du monde, s'insinuait l'impression que tout était possible et même, s'il advenait que ce fût vrai, qu'un tel événement aurait la capacité de modifier notre récit national, offrant d'autres clefs au discours convenu. Même si le résultat ne fut pas celui attendu, l'Uruguay se hissa à une vaillante cinquième place que, une fois de plus, nous n'avons pas appris à valoriser à sa juste dimension. Mais la magie de la vie et la contingence propre au sport suivent leur cours, par delà toutes les peines. Le football reste un jeu en même temps qu'une aventure dans laquelle le petit peut toujours l'emporter sur le puissant, à l'instar de David contre Goliath.La grande satisfaction de notre qualification demeure derrière nous. Et pour la Celeste, il n'existe plus d'autre manière d'affronter le défi qui l'attend que de le transformer, pour en profiter au mieux, en un rêve aussi incommensurable que nécessaire.

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